martes, 10 de febrero de 2009

Mensajes de texto

Cuenta la leyenda que Ícaro salio de la isla de Creta volando haciendo uso de las alas que creo su padre, Dédalo.

Ícaro había escuchado de su padre historias que narraban que en la cima del cielo se podía encontrar al titan Atlas que sostenía sobre sus hombros el peso del cielo para evitar que este choque con la tierra. Este destino fue impuesto por el Rey de los dioses, Zeús.

Entonces Ícaro batió con mas fuerza sus alas para saciar su curiosidad omitiendo las indicaciones de su padre de no subir, porque la cera que unía las alas se iba a despegar por la proximidad del sol. Dédalo trato de detener a su hijo pero Ícaro se alejaba cada vez mas, su hijo era mas joven y fuerte.

A pesar de la cercanía al sol, las alas se mantenían fuerte, la fama de genio de Dédalo se hacia patente en la calidad del artefacto. El cansancio se hacia presente, Ícaro sentía como las fuerzas lo abandonaban, el oxígeno era más escaso; pero el empeño más fuerte, Ícaro no desistió.
El esfuerzo da frutos cuando divisa al colosal personaje. Ícaro queda facinado por la veracidad de la leyenda, si existía aquel personaje que su padre le contaba. Cuando de repente relámpagos con dirección al joven alado incineran sus alas, comenzando así su terrible destino. El cuerpo del joven rebotaba en las nubes pero estas no lo detenían. Dédalo escuchaba los gritos de desespero de su vástago; pero no lo divisaba, temía lo peor. La angustia cobró vida en el padre cuando se escuchó el silencio, la muda muerte estaba acechando a los mortales.
La búsqueda llega a su fín cuando Dédalo encuentra el cuerpo inerte de su hijo en el mar, la melancolía destruiría aquel arquitecto toda su vida, condenaría sus habilidades y su destino, no volvió ser el mismo a pesar de tener una larga vida.

Un hilillo de sangre corre por mi nariz. No debí decirte adiós.


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